martes, 10 de agosto de 2010

La duda de Cartesio


Decía Husserl, el último cartesiano del siglo XX, que todo filósofo, al menos una vez en su vida, debía emular la meditación radical de Descartes que llevó al padre de la filosofía moderna a empezar el edificio del saber desde cero. Todo el mundo habrá leído, aunque sólo sea una vez, el famoso texto de las Meditaciones donde el gran filósofo expone sus dudas metafísicas. Dicho texto merece un comentario, aunque sea breve y superficial, pero antes hemos de citarlo en la traducción de García Morente.

A. Supongo, pues, que todas las cosas que veo son falsas; estoy persuadido de que nada de lo que mi memoria, llena de mentiras, me representa, ha existido jamás; pienso que no tengo sentidos; creo que el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar son ficciones de mi espíritu. ¿Qué, pues, podrá estimarse verdadero? Acaso nada más sino esto: que nada hay cierto en el mundo.

Pero ¿qué sé yo si no habrá otra cosa diferente de las que acabo de juzgar inciertas y de la que no pueda caber duda alguna? ¿No habrá algún Dios o alguna otra potencia, que ponga estos pensamientos en mi espíritu? No es necesario; pues quizá soy yo capaz de producirlos por mí mismo. Y yo, al menos, ¿no soy algo? Pero ya he negado que tenga yo sentidos ni cuerpo alguno; vacilo, sin embargo; pues, ¿qué se sigue de aquí? ¿Soy yo tan dependiente del cuerpo y de los sentidos que, sin ellos, no pueda ser? Pero ya estoy persuadido de que no hay nada en el mundo: ni cielos, ni tierra, ni espíritu, ni cuerpos; ¿estaré, pues, persuadido también de que yo no soy? Ni mucho menos; si he llegado a persuadirme de algo o solamente si he pensado alguna cosa, es sin duda porque yo existía. Pero hay cierto burlador muy poderoso y astuto que dedica su industria toda a engañarme siempre. No cabe, pues, duda alguna de que yo soy, puesto que me engaña; y, por mucho que me engañe, nunca conseguirá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De suerte, que habiéndolo pensado bien y habiendo examinado cuidadosamente todo, hay que concluir por último y tener por constante la proposición siguiente: “yo soy, yo existo”, es necesariamente verdadera, mientras la estoy pronunciando o concibiendo en mi espíritu.

B. El presente texto está tomado, pues, de las Meditaciones metafísicas, obra publicada por Descartes en 1641, concretamente de la segunda meditación, donde expone la naturaleza del espíritu humano, más fácil de conocer, a juicio suyo, que el cuerpo. El texto recoge las radicales consecuencias del planteamiento de la duda metódica y el hallazgo de la primera verdad fundamental como resultado de esa duda: la existencia del yo (en este caso del ‘yo’ de Descartes). La duda afecta a todo lo que pueda ponerse en duda. En primer lugar, los datos de los sentidos: supongo, pues, que todas las cosas que veo son falsas… Ni siquiera las cualidades primarias de los cuerpos, tales como la figura, la extensión o el movimiento quedan en pie. El propio cuerpo de Descartes no existe. La duda es universal. Nada puede sostenerse, pues, con certeza, excepto esta proposición meramente negativa: que nada hay cierto en el mundo. Pero aunque la duda es universal, no deja de ser metódica, es decir, no se trata de una duda como la de los escépticos, para quienes nada puede conocerse con certeza, sino de una duda en busca de una certeza absoluta. Descartes no duda por dudar sino porque piensa que no hay otro camino para hallar la verdad. Hay que subrayar, pues, la notable diferencia entre la duda cartesiana y la escéptica. La duda de Descartes es así una duda radical, pero metódica, pues es una duda encaminada a desprender y aislar la primera verdad evidente, la primera idea clara y distinta, la primera naturaleza simple: el cogito. De la duda nace, como es sabido, la primera verdad y de ésta el criterio de verdad basado en la evidencia, el cual no es otro que la primera regla del método cartesiano.

Entre los motivos de la duda se hallan las diferentes opiniones de los filósofos así como las diferentes costumbres de los pueblos, pero principalmente las falacias de los sentidos y la imposibilidad de distinguir en muchas ocasiones el sueño de la vigilia. En el texto se hace hincapié en la negación de los sentidos y del propio cuerpo. Descartes está tan convencido de la falsedad de nuestros sentidos que decide no estimar su testimonio en absoluto. La conclusión es que no hay nada en el mundo: ni cielos, ni tierra, ni espíritu, ni cuerpos… El propio Descartes no tiene sentidos ni cuerpo alguno. Pero ¿no se estará engañando Descartes en este punto?, o mejor dicho, ¿no lo estará engañando algún genio maligno, o como él mismo dice, algún Dios o alguna otra potencia? Descartes no cree que la hipótesis del genio maligno sea estrictamente necesaria para suponer que todo es falso. En el caso de las verdades matemáticas tal hipótesis quizá sea necesaria para persuadirse de su posible falsedad, pero en lo que respecta a la supuesta falacia de los sentidos, no. Él mismo es capaz de estimar, sin necesidad de suponer que lo engaña alguna potencia extraña, que nada es verdadero.

Ahora bien, ¿significa esto que Descartes no existe en absoluto? En modo alguno. Si Descartes sólo fuera un cuerpo acaso podría suponerse que él mismo no existe porque no es más que un producto de la ilusión de sus sentidos. Pero Descartes no lo cree así. Si él ha llegado a persuadirse de algo, por ejemplo, de que “no hay nada en el mundo”, es porque de algún modo él, Descartes, existía, aunque no sepa todavía en qué consiste su existencia. De ese modo, incluso si se acepta la hipótesis del genio burlador, él mismo, Descartes, tiene que ser algo, si es que es cierto que ese genio maligno le está engañando. Así, pues, por mucho que le engañe, jamás conseguirá persuadirle de que él no es nada ni hacer que sea nada, al menos mientras Descartes piense que él es algo. Descartes llega así a su primera verdad fundamental, formulada ya en el Discurso del método, la verdad fundamental del cogito, la cual consiste en la evidencia de la existencia de nuestro ‘yo’ –yo soy, yo existo-, evidencia que no es objeto de una demostración sino de una intuición. Llega así Descartes a la piedra angular de su filosofía, el cogito, criterio de toda verdad. A partir de aquí, Descartes trata de demostrar la naturaleza del espíritu, la cual consiste en pensar, su distinción real del cuerpo, así como la existencia de Dios, verdadero punto crucial de la metafísica cartesiana, que le permitirá convencerse, finalmente, de la realidad del mundo exterior.

lunes, 9 de agosto de 2010

Goethe y Humboldt



1. Hace poco más de un año mantuve una breve correspondencia con un profesor alemán que vino a la Universidad a dar una conferencia sobre Schiller. Me acerque a él tras su amena intervención compromtiéndome a escribirle. El profesor me envío el texto de su conferencia, mientras que yo tuve la osadía de remitirle a su vez un trabajo mío sobre Goethe y la revolución francesa (de próxima aparición en este lugar) del que le había hablado previamente cuando  nos conocimos. Como consecuencia de este intercambio epistolar, el profesor Manfred Peter me habló de la relación de Alexander von Humboldt, el eminente naturalista alemán, con Goethe. Por el interés que revisten sus palabras, las reproduzo aquí para deleite de los que encuentran solaz en este tipo de finesses de l'esprit.

2. "Estimado amigo Luís, me alegro recibir información sobre ese mundo clásico alemán. No conozco la obra de Blumenberg, espero conocerla por medio de su trabajo. Schiller y Goethe son todo lo contrario de una amistad armoniosa. Goethe permaneció escéptico ante toda tendencia teórica por apartarse de la "Anschauung", la observación contemplativa. Y Schiller vivía alejado de la fascinación e inspiración que representaba la naturaleza para Goethe y los jóvenes románticos. Sin embargo mutuamente se intercambiaban y esa relación era fructífera para las respectivas creaciones literarias. El Fausto - segunda parte - y el drama Wallenstein no se habrían escrito sin la mútua inspiración. Sin embargo, el verdadero goetheano era Alexander von Humboldt. El mensaje de su ideal le hizo cambiar de ingeniero de minas a ser el redescubridor de América tropical. Sólo hay que leer algunos párafos de su diario para reconocer el espíritu del lejano maestro que nunca se había alejado de la vieja Europa. Pero en Alexander encontró un fiel ejecutor de sus ideas.
Descubrir esto sería digno de un trabajo que - me parece - aun no existe. O me equivoco, porque hay un mar de publicaciones que desconozco. Por eso mi respeto ante el trabajo que ud realiza.
cordialmente Manfred Peter"
3. "Estimado amigo Luís, he leido con mucho interés su trabajo y me parece bien enfocado porque capta correctamente la actitud que Goethe mantuvo hacia los eventos violentos de la Revolución. De los sucesos revolucionarios del lejano Paris Goethe no esperaba ninguna solución positiva de problemas de su tiempo. Las leyes vigentes entre los hombres las veía provenientes de la misma naturaleza. Siempre ha querido ser investigador antes que poeta; y la ley que le indicaba esta observación era la de la evolución, concepto que en cierta medida anticipa el principio de la evolución de Darwin, aunque para Goethe tiene carácter espiritual. El elemento material no es más que el espejo del gran secreto que es la creación. Nos acercamos a descubrir la verdad de ella por medio de la serena contemplación, observando lo que existe y no destruyendo el misterio en la reducción materialista. Goethe es idealista pero no comparte el mensaje revolucionario del amigo Schiller. Alexander von Humboldt es el verdadero ejecutor del ideal goetheano. Lo natural y lo político o social coinciden en un solo mundo unido. Dolor, sufrimientos y contradicciones entre ideal y real, son formas integrales de esta misma realidad natural. En el Fausto se encuentra la traducción de esta visión en su versión poética. El mal es tan necesario como el bien. No hay campo para una visión simplista y reductiva que hace creer que una Revolución pueda resolver los problemas de la humanidad. Por eso simpatiza con Napoleón y por eso detesta el nacionalismo como variante de un concepto equivocado sobre el mundo real. Goethe - tan admirado - vive distanciado de principios fundamentales de su época. Tanto los reaccionarios como los revolucionarios se equivocan cuando reclaman a Goethe como a uno de los suyos. Goethe está más allá de lo políticamente correcto de todo tiempo, no es planeta que gira alrededor de un proyecto, es un sol.
Le felicito, siga ud. en su labor,
Manfred Peter"