lunes, 19 de octubre de 2009

Apolo y Dafne


1. El mito. Apolo, dios de la mitología griega e hijo de Zeus y de Leto, no siempre fue afortunado en el amor. En una ocasión persiguió a Dafne, la ninfa montañesa, sacerdotisa de la Madre Tierra e hija del río Peneo en Tesalia. Pero cuando le dio alcance, ella gritó suplicando ayuda a la Madre Tierra, quien la hizo desaparecer en un instante llevándosela a Creta, donde se la conoció con el nombre de Pasífae. La Madre Tierra dejó un laurel en su lugar, y con sus hojas Apolo hizo una guirnalda para consolarse.

2. Breve comentario explicativo. Según Robert Graves, la persecución de Dafne por Apolo se refiere aparentemente a la toma de Tempe por parte de los griegos. El mito estaría sancionando simbólicamente un hecho histórico.

Puede suponerse, además de esto, que se representa metafóricamente la sustitución de un antiguo culto por la nueva religión olímpica a la que pertenece Apolo. La antigua generación de dioses, relacionada con el culto a la tierra, sirve aquí de suelo a partir del cual crece el árbol del nuevo culto a Apolo. El laurel no representaría, por tanto, sólo la transformación sufrida por un culto local más antiguo, sino un vestigio del recuerdo debido por parte de la nueva religión olímpica a aquello sobre lo que supuestamente se asienta y levanta.

Otra posible interpretación es que ningún ser viviente escapa al poder de la pasión amorosa, pues ni siquiera el dios de la moderación entre los griegos se vio libre de padecerla. La metamorfosis sufrida por Dafne, escapando así a la violencia del dios, presupone la idea de que los dioses griegos no podían conseguir todo lo que querían. De esa manera, al apoderarse del laurel, Apolo, no pudiendo poseer a Dafne en la realidad, tuvo que contentarse con hacerlo mediante una simple sustitución simbólica.


3. El mito visto por Garcilaso de la Vega

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
el árbol que con lágrimas regaba.


¡Oh miserable estado, o mal tamaño!
¡Que con lloralla cresca cada día
la causa y la razón porque lloraba!