En un punto suspenso no acabado
de amor y de paciencia vive pleno,
Jerónimo ermitaño a la urbe ajeno.
Solo, su latín mima con cuidado;
mas no cura del tiempo señalado
que su Dios fijó al estudio ameno,
tan en sí mismo está, y tan sereno.
Y la dorada Roma ha olvidado,
que ángeles su alma ya sondean.
Mas en mística luz su señorío
él ha fundado, libre, y sin temer.
Ya equívocos emblemas lo rodean,
alusiones tal vez del extravío
que entraña el afán ciego por saber.