martes, 28 de julio de 2009

¿Quién es Blumenberg?


Es posible que algunos de vosotros os hayáis preguntado quién es el autor que aparece citado en la primera entrada de mi blog. En lugar de generar un nuevo texto me permito reproducir la introducción de un trabajo mío sobre Hans Blumenberg:

El nombre de Hans Blumenberg (1920-1996) no debiera ser desconocido por las personas ávidas de estar al tanto de nuestra historia cultural. Es una gran figura de la filosofía del siglo XX, pero cierto es que hay quienes no han oído ni siquiera su nombre. Puede insistirse en la imagen de un sabio apologeta de la Modernidad que aportó su enorme erudición histórica a la causa de la autoafirmación del hombre en un mundo mudo de sentido (Die Legitimität der Neuzeit, 1966), pero parece conocerse menos cuáles son las verdaderas tesis de su pensamiento así como el proyecto filosófico que anima su vasta producción literaria. Bien es verdad que este desconocimiento se ha corregido parcialmente gracias a la cantidad de libros de Blumenberg que se han traducido en España últimamente. También contamos con una valiosa monografía de Franz Josef Wetz (Hans Blumenberg. La modernidad y sus metáforas, 1993) disponible en castellano desde 1996, sin olvidarnos, por supuesto, de los trabajos, no muchos, que se han hecho eco, entre nosotros, más vale tarde que nunca, de la obra de un autor que va camino de convertirse en un clásico. Pero no es menos verdad que, si exceptuamos la magnífica tesis de César González Cantón (La metaforología de Blumenberg, como destino de la analítica existencial, 2004) y algún que otro brillante artículo, no podemos evitar la sensación de que, al menos en España, no se ha pasado, respecto a Blumenberg, de poner metódicamente a punto una serie de materiales que esperan aún una interpretación de conjunto. Y ni siquiera eso, pues títulos importantísimos del catedrático de Münster (Die Genesis der kopernikanischen Welt, 1975; Matthäuspassion, 1988, etc.) aguardan pacientemente su turno para fatigar las prensas ibéricas y, de paso, el seso de concienzudos hermeneutas del espíritu. Así, por ejemplo, hasta este año han tenido que esperar los estudiosos de Blumenberg para ver La legitimación de la Edad Moderna vertida en tipos castellanos. Por lo demás, el status quaestionis del debate en torno a la obra de Blumenberg en nuestro país no es pintado por Pérez de Tudela en tonos demasiado optimistas: “Que en cambio no haya habido aún el correspondiente debate público sobre el alcance de sus propuestas no tiene nada de extrañar en un medio cultural como el nuestro, que en esto sigue aferrado a su más querida tradición de autarquía. Ello es tanto más lamentable cuanto que esos textos, esas posiciones, cubren un vasto campo de intereses filosóficos, historiográficos y de crítica de la cultura, en todos los cuales han efectuado contribuciones de relieve”. Y es que si se nos permite un juego tonto de palabras con el nombre de este filósofo, las flores de la montaña de Blumenberg contienen un néctar que aguarda a ser libado como se merece.
Esta investigación no pretende –ni está a su alcance- contribuir a nuestra inteligencia del autor de Arbeit am Mythos (1979) desde una perspectiva original, pues más bien quisiera presentar en síntesis, haciendo acopio de los propios materiales trabajados por Blumenberg, el que, a juicio de la mayoría de los críticos, constituye el programa filosófico central de nuestro autor: la metaforología. Nuestro propósito es destacar la importancia de las ideas de Blumenberg en el marco del debate actual sobre las relaciones entre pensamiento y metáfora.
El presente trabajo se centra, pues, monotemáticamente, en la que consideramos que es la obra programática de la propuesta filosófica de Blumenberg: nos referimos a sus Paradigmen zu einer Metaphorologie, artículo publicado en 1960 en la revista que Erich Rothacker había consagrado años antes a la historia de los conceptos (Archiv für Begriffgeschichte, desde 1955). La tesis filosófica central de este auténtico “manifiesto” blumenbergiano es la concepción de la metáfora absoluta, supeditada entonces a la historia conceptual, cuyo enfoque metodológico sería parcialmente corregido en 1979 mediante una teoría auxiliar de la inconceptuabilidad, expuesta en un opúsculo titulado “Ausblick auf eine Theorie der Unbegrifflichkeit” y no menos importante para comprender el pensamiento metaforológico de Blumenberg en su formulación final. Nuestro trabajo se plantea, por tanto, tres objetivos claramente definidos: contextualizar la metaforología de Blumenberg en el marco histórico-filosófico del mundo en que nació, analizar la “tipología de los cursos históricos que siguen las metáforas” según el proyecto metaforológico de Paradigmen y mostrar las afinidades y contrastes entre la tesis de la metáfora absoluta y la teoría de la inconceptuabilidad.
Un impulso adicional para tratar monográficamente los Paradigmen zu einer Metaphorologie de Blumenberg nos lo ha dado la afirmación de nuestro maestro Marín-Casanova de que estamos ante “la obra central para la comprensión de la entera obra de Blumenberg”. En efecto, en el prolijo, pero enjundioso artículo de Blumenberg, no obstante su académica profesión de fe, se defiende una idea que las monumentales obras de los años setenta y ochenta ilustrarán como tal fuera ya del encorsetamiento metodológico que la estricta observancia del principio de fidelidad a la historia conceptual había conferido al esbozo inicial de la metaforología. Blumenberg se desprenderá, ciertamente, del “positivismo” de las ciencias del espíritu propio del enfoque historicista de Paradigmen, ensayando en sus grandes libros una forma narrativa de hacer historia de las ideas que es la que le ha dado su impronta característica a la escritura filosófica de nuestro autor. No obstante, estas grandes obras de Blumenberg representan una ejemplificación, en forma de narraciones filosóficas, de la metáfora absoluta tematizada teórica e históricamente por Paradigmen zu einer Metaphorologie. De ahí, pues, la necesidad de estudiar el verdadero texto fundacional de la metaforología de Blumenberg.
Cuenta Odo Marquard que le preguntó un día a Blumenberg si le molestaba que redujese su pensamiento a dos ideas fundamentales: la de la finitud del hombre con su contrapartida en el carácter insoportable de cualquier absoluto; y la idea de que ser hombre consiste precisamente en “descargarse de los absolutos” (Entlastung vom Absoluten). A lo que Blumenberg respondió: “Lo que me molesta es que sea tan fácil verlo”. Pues bien, si aceptamos semejante reduccionismo, la manera que tiene el hombre de “descargarse de los absolutos”, especialmente de lo que Blumenberg llama el absolutismo de la realidad (Absolutismus der Wirklichkeit), no es otra que la que le viene dada por la metáfora absoluta. ¿Pero qué es el absolutismo de la realidad y por qué tendríamos que “descargarnos” de él mediante la metáfora absoluta? Grosso modo, con el término absolutismo se refiere Blumenberg al carácter prepotente de lo real, a su soberana indiferencia para con nosotros, indiferencia que hemos de distanciar si es que queremos autoafirmarnos en la existencia y sobrevivir. Ahora bien, quizá sea la metáfora, entre todos los medios culturales de que disponemos para “descargarnos de los absolutos”, el paradigma por antonomasia del distanciamiento de la realidad del que depende la autoafirmación del hombre, pues la metáfora, cuando es absoluta, reviste de significación lo que de suyo está privado del menor sentido humano. El hombre se descarga del absolutismo de la realidad a través del absolutismo de la metáfora. Nemo contra deum nisi deus ipse. La función pragmática de la metáfora absoluta no es otra que la de propiciar el distanciamiento del absolutismo de la realidad.
Si por metáfora absoluta entendemos asimismo una esfera inconceptualizable de la realidad o del pensamiento, entonces los temas de las grandes obras de Blumenberg no son sino una gigantesca paráfrasis narratológica de la tesis de la metáfora absoluta. Por primera vez en la historia de nuestra disciplina, se trata de extraer un contenido filosófico de la doxografía. Y lo anecdótico, lejos de ser tal, se revela a veces como la clave para acceder al sentido de un texto, de un autor, de una época.
La metáfora absoluta se declina metafóricamente en plural. No hay peligro, pues, de que ella misma se convierta en una realidad absoluta. La metáfora absoluta se atenúa a sí misma metafóricamente. Así, la luz o la “potencia” como metáforas de la verdad (Paradigmen), el copernicanismo como metáfora del puesto del hombre en el cosmos (Die Genesis der kopernikanischen Welt), la navegación y el naufragio como metáforas de la existencia (Schiffbruch mit Zuschauer, 1979; Die Sorge geht den Fluss, 1987), el mundo como libro (Die Lesbarkeit der Welt, 1981), la caída de Tales como metáfora de la risibilidad de la teoría (Das Lachen der Thrakerin, 1987) o la caverna como expresión de la doble necesidad humana de protección y de evasión (Höhlenausgänge, 1989), no ejemplifican sino aspectos inconceptualizables de la realidad que sólo alcanzamos a representar por medio de vocablos translaticios. Pero lo decisivo en este punto es que estos mismos vocablos podrían a su vez, por muy inconceptualizable que sea la realidad que representan, ser sustituidos por otros. Todas estas metáforas son absolutas, pues, “en cuanto cada una de ellas constituye una representación de la realidad como un todo, con una claridad plástica y carga de sentido que nunca puede ofrecer ningún concepto, y por la que pueden orientarse, deben orientarse y se orientan el pensamiento y la acción humanos, su historicidad, su historia y su historiografía”.
Paradigmen contiene in nuce algunos de los temas que Blumenberg desarrollará con posterioridad en su obra de madurez. Asimismo, la idea de fondo de este opúsculo, presente en el cambio de paradigmática que se produce en los pasos de una época a otra, es el punto de inflexión que marca la Modernidad en cuanto al rendimiento pragmático de la metáfora absoluta. Se apunta ya, pues, la idea de la legitimidad de la Edad Moderna como una época autónoma con una metafórica original para expresar contenidos teóricos y prácticos de propio cuño, frente a aquellos autores que no veían en esta época otra cosa que una secularización de ideas genuinamente teológicas. Blumenberg sabe muy bien contra qué se posiciona nuestra Edad Moderna: “procesos esenciales de la historia espiritual de la Modernidad pueden comprenderse en su homogeneidad estructural como derrocamientos de la metafórica del círculo”. Veamos algunos ejemplos, por lo demás, de esta lucha librada por el mundo moderno para superar tanto el clasicismo antiguo como el absolutismo teológico de la Edad Media con vistas a la expresión de su propia imagen del mundo.
La verdad es una metáfora absoluta. Blumenberg, pues, no sólo se ocupa de la verdad de la metáfora, sino prioritariamente de la metáfora de la verdad. O mejor dicho: de las metáforas de la verdad. La luz, el poder y la desnudez han sido en nuestra tradición los disfraces de la verdad. Paradigmen amplia, en este sentido, lo que Blumenberg nos había adelantado en “Licht als Metapher der Wahrheit” (1958) y nos indica ya, en la inversión de los presupuestos metafóricos, un destino propio de metáforas: la metamorfosis, la declinación, la inversión y, por último, la mortalidad. De querer desnudarla a toda costa, nuestro pudor histórico-cultural tiene que vestir a la verdad si todavía ha de tener algún trato con ella. De presuponer que la verdad se desvelaría por sí sola, de creer en su carácter revelado, ahora, como modernos, no afirmamos otra verdad que la que nosotros mismos hacemos. Isis, con velo, es para nosotros mucho más bella. Así, pues, como los hombres, como Sócrates, todas las metáforas son mortales. La luz cegadora de la verdad antigua, por la que los espíritus se consumían en vano, sólo como luz tenue, por decirlo como el título de un conocido libro de Pier Aldo Rovatti, resulta hoy soportable. El absolutismo de la vieja “potencia” de la verdad es, así, atenuado, distanciado, con la tesis moderna del hombre como hacedor de la verdad.
La metáfora de la terra incognita es, a su vez, un producto histórico del viaje de descubrimiento moderno, tema que Blumenberg ampliará en Schiffbruch mit Zuschauer por medio de la metáfora del naufragio. Sin duda, se trata de una metáfora que refuerza la tesis de la “autoafirmación” (Selbstbehauptung) del hombre moderno, autoafirmación que es el contrapunto humano, como es sabido, del absolutismo teológico del Medioevo tardío en Die Legitimität der Neuzeit. Aquí, la realidad absoluta del arbitrario Dios nominalista es distanciada mediante la ciencia y la técnica modernas que tratan de someter a la naturaleza. ¿Y quién duda de que el arte de la navegación constituye una suerte de autoafirmación humana mediante la ciencia y la técnica? Como es sabido, la autoafirmación del hombre por medio de la ciencia y de la técnica es un tema caro a Blumenberg que él ve simbolizado en Prometeo, figura de la que se ocupará in extenso en su descomunal Arbeit am Mythos. Sin embargo, la posibilidad del naufragio será siempre una metáfora de la labilidad de la existencia humana y, por tanto, del cumplimiento parcial de nuestra propia autoafirmación frente al absolutismo de la realidad. Si el mar es una realidad absoluta que el hombre distancia o relativiza por medio de la navegación, la posibilidad, siempre latente, del naufragio, es a su vez una metáfora absoluta de que la “descarga de absolutos” no es, para seres mortales como nosotros, absoluta. Y es que, como se pone de manifiesto en Die Genesis der kopernikanischen Welt, aquella realidad presuntamente sometida por la ciencia reaparece de nuevo en su absolutismo por gracia de la ciencia misma al revelar ésta la existencia de un universo inconmensurable que nos desafía con el ‘escándalo’ de su persistente indiferencia hacia la radical contingencia de nuestra condición humana.
Por otro lado, al referirse a los mitos platónicos en Paradigmen, Blumenberg no podía pasar por alto el mito de la caverna, una metáfora cuyas variaciones someterá a un profundo análisis en su monumental Höhlenausgänge. De ser un antro privado de la luz de la verdad para Platón, la caverna puede ser una metáfora del cosmos que esconde un arcano para los neoplatónicos, o bien una cómoda salita de estar en la que el hombre moderno se refugia de la intemperie. O una sala de cine en la que vivimos, por unas horas, otra realidad. Mito y logos al mismo tiempo, la caverna de Platón es una de esas metáforas absolutas de la filosofía occidental. Como el copernicanismo lo es para la autoconciencia de la Modernidad. Bajo el epígrafe de “cosmología metaforizada”, Blumenberg aborda una metáfora clave para entender no sólo el paso del concepto a la metáfora, sino la misma génesis de nuestro mundo moderno. Ahora bien, este último es precisamente el tema de Die Genesis der kopernikanischen Welt. Pero el copernicanismo no es la única cosmología que se convierte en metáfora para significar la posición del hombre en el universo. Ya antes, nos recuerda Blumenberg en Paradigmen, la geocéntrica fue utilizada por el estoicismo para reforzar metafóricamente la tesis metafísica del puesto de privilegio que, a su juicio, ocupaba el hombre en el centro del cosmos. Asimismo, frente a esta metafórica se alza en la Modernidad, junto al copernicanismo, la metáfora del “universo inacabado”, la cual, en oposición al mundo cerrado de la Antigüedad, no es sino una consecuencia metaforológica “de la nueva representación emergente de la cosmogonía evolutiva”. Frente al mundo clausurado de la ontología aristotélico-escolástica, el hombre moderno se encuentra solo ante un mundo nuevo por descubrir, por hacer e inventar. De ahí a que vivamos en más de un mundo, y no sólo en lo que la filosofía o la ciencia entienden por realidad, sólo hay un paso. El absolutismo del concepto de realidad de la metafísica es distanciado, en este caso, por el relativismo de mundos posibles que la metáfora nos brinda en un abanico de universos retóricos. Pues la verdad es que, para Blumenberg, por provocativo que suene, “Vivimos en el mundo de la simulación, lo cual permite incluso adaptarlo a los «sistemas» filosóficos”.
Pero quizá la metáfora que mejor habla de la metáfora absoluta, la metáfora de la metáfora en Blumenberg, no sea otra que la de la legibilidad. La verdad de la metáfora es que hace legible un mundo, “en la metáfora reside la Lesbarkeit der Welt”. El libro de Blumenberg Die Lesbarkeit der Welt (1981) no es sólo, pues, uno de los mayores homenajes filosóficos que se han hecho al valor cultural del libro, pues la legibilidad representa, a su vez, la mejor metáfora de la demanda de sentido que está en la base de la metáfora absoluta. Las metáforas, como la escritura, no nos ponen ante las cosas mismas, sino que, poniéndose ellas en el lugar de las cosas, nos ofrecen a cambio un rodeo humano, las palabras, rodeo que nos permite eludir la insoportable inhumanidad del ser para poder vivir en un mundo de letras, el nuestro. Por lo demás, la metafórica no nos pondrá jamás cara a cara ante la realidad, antes al contrario, ella constituye el rodeo que da el lenguaje por lo que él mismo hace para evitar las cosas que no puede hacer: la metáfora no nos dará nunca el nombre exacto de la rosa ni matará a ningún fantasma por su nombre, sino que se limitará a ahuyentar nuestros propios miedos poniéndoles un nombre. Ya lo dijo Feijoo ‘escolastizando’: Los individuos no son definibles. Los nombres, aunque voluntariamente se les impongan, no explican ni dan idea alguna distintiva de su ser individual. La metaforología no restaura la lengua adámica con la que el primer hombre nombró la creación de Dios. Y es que, según Blumenberg, “Solo podemos existir si tomamos rodeos”. La necesidad metafórica del hombre, pues, no tendría nada que ver con la presunta riqueza de nuestras prestaciones naturales o congénitas, sino con el mucho más precario arte de vivir de un ser para el que no resulta tan obvio que pueda existir. En efecto, “La relación del hombre con la realidad es indirecta, complicada, aplazada, selectiva y, ante todo, «metafórica» […] El rodeo metafórico de mirar, a partir de un objeto temático, a otro distinto, suponiéndolo, de antemano, interesante, trata a lo dado como algo extraño y a lo otro como lo disponible más familiar y manejable. Si el valor límite del juicio es la identidad, el de la metáfora es el símbolo; aquí, lo otro es lo completamente otro, que da poco de sí: nada más que la mera reemplazabilidad de lo no disponible por lo disponible. El animal symbolicum domina una realidad genuinamente mortífera para él haciéndola reemplazar, representar; aparta la mirada de lo que le resulta inhóspito y la pone en lo que le es familiar”. Y no es que ahora veamos por medio de metáfora en enigma para hacerlo después cara a cara. Para nuestra condición metafórica, como para nuestro ser mortal, no hay “allende el muro del tiempo” que consiga abrirnos los ojos a una realidad que no sea otra que la que se refleja en el espejo de la metáfora.
Antes que creación, la metáfora es ese rodeo por la palabra que nos regala el lujo cultural de no tener por qué darle la cara a la realidad. En efecto, ante el absolutismo de la realidad, tesis capital de Blumenberg, no hay otro remedio que refugiarse en la metáfora absoluta, caverna cultural donde el hombre sueña el mundo que quisiera habitar, el de sus deseos. El absolutismo del principio de realidad es distendido en su insoportable gravidez por la levedad del principio del placer metafórico. Metafóricamente habita el hombre… mas no la tierra inhóspita, por más que todavía haya quien pueda persuadirse de ello, sino el mundo de la cultura que, como sabía Gehlen, y antes Vico, es el único mundo humano. No vivimos en la realidad, sino en las metáforas que nos hacen “legible” una determinada realidad entre otras también posibles. Pero como apunta Blumenberg en Die Lesbarkeit der Welt “En estas metáforas no se trata de verdades últimas, ontologías o historias del ser o metafísicas. Más bien tendríamos que confrontarnos aquí con algo interpretable que precede a otra cosa interpretable, que coordina y colorea otro estado de cosas, pero que, no obstante, no admite la total indeterminación de la realidad y de sus posibilidades siempre pendientes de ejecución aquende, en el seno de la indeterminación de los objetos. Ninguna experiencia se mueve en un espacio de indeterminación absoluta, como tampoco en una realización puramente lineal de las conexiones causales de sus objetos. La metafórica sobre la experimentabilidad del mundo, representada por el paradigma de la «legibilidad», tiene que ver con esa indeterminación determinada”.