martes, 4 de agosto de 2009

Rumbo a Portugal


A Assumpta Arxé, en memoria de nuestro primer viaje a la patria de los descubridores de otros mundos. Lisboa, verano de 2008.

Va a hacer un año que viajé con mi amiga Assumpta Arxé a la patria por antonomasia de los poetas de nuevos mundos: Portugal. En Cascais hicimos el descubrimiento. Entre los libros de un vendedor ambulante avisté una carta con los bustos y la cronología de los descubridores de Portugal. La compramos inmediatamente junto a un texto de Hernâni Cidade sobre el poeta luso entre poetas: Luís de Camôes. Habíamos estado antes en Belém, Lisboa, junto a la hermosa desembocadura del Tajo, acaso ajenos a la grandeza de la que éramos testigos sin saberlo, pero respirando ya la atmósfera de la gesta. Lo que no hicieron el mar y el monumento a los descubridores, lo pudieron una humilde lámina y un libro, siempre el libro, aunque no uno entre tantos, sino sólo aquél que hace el poeta. Así fue como Assum y yo subimos a bordo de los mundos de Portugal.

El viaje de descubrimiento como metáfora de la autoafirmación del hombre moderno

A pesar de las críticas, salvo la honrosa excepción del humanismo retórico renacentista, al lenguaje figurado por parte de los filósofos modernos (a metaphoris autem abstinendus philosophus, dirá Berkeley), un nuevo universo metafórico emerge, no obstante, en el horizonte de la recién estrenada Modernidad. A este respecto, las consecuencias de la revolución copernicana marcaron un hito que se extendió, por supuesto, más allá del campo teórico de la astronomía; pero no menos fundamentales para comprender la retórica de una época de descubrimientos son, por poner sólo un par de ejemplos eminentes, las expresiones de terra incognita y de universo inacabado “como metáforas de la conducta mundana moderna”, por decirlo igual que el título del quinto capítulo de Paradigmas para una metaforología del filósofo alemán Hans Blumenberg.
América como metáfora, ¡qué tema para el metaforólogo! La función pragmática de las metáforas relativas al descubrimiento del mundo acaso se resuma, para sucesivas generaciones de aventureros, capitaneados sobre todo por los grandes descubridores portugueses, en un viejo proverbio marino que “vuelve a ejercer su dominio en las almas”: navigare necesse est, vivere non est necesse. Los nuevos mundos así surgidos de la oscuridad gracias a la hazaña de Portugal (“la palanca de todos los descubrimientos”, en palabras de Zweig), que fuera anticipada por el sueño visionario de Enrique el Navegante, hizo que, en lo sucesivo, no se pudiera seguir apelando a las columnas de Hércules como metáfora del límite del mundo (finis terrae) entonces conocido y así lo expresó jubilosamente el humanista Poliziano:
“No solamente ha dejado detrás de sí las columnas de Hércules y apaciguado el océano enfurecido, sino que ha establecido al mismo tiempo la unidad del mundo habitado, que no podía realizarse. ¡Cuántas nuevas posibilidades y ventajas económicas, qué elevación del conocimiento y de confirmaciones de la antigua ciencia, hasta hoy desechadas como increíbles, se nos prometen todavía! Nuevas tierras, nuevos mares, nuevos mundos –alli mundi- surgen de una oscuridad de siglos. Portugal es hoy el custodio y el centinela de un mundo más”.
Un mundo cerrado (nec ultra) e incuestionado durante más de un milenio, el mundo medieval anclado en la Geografía de Ptolomeo se venía así a pique, junto a su simbólica “geométrica” de fondo (Océano Tenebroso, non plus ultra, finis terrae), puesto en entredicho esta vez no por otro sabio, como hará más tarde Copérnico en astronomía, sino por la aventura expedicionaria de unos pocos navegantes arrojados: es el caso de Gil Eannes, cuando en 1434 da la vuelta al cabo Bojador, demostrando su navegabilidad y a la vez la falsedad de fábulas, refrendadas por el paradigma ptolemaico, tales como las de que allí empezaba “el mar verde de lo misterioso” u otras semejantes; y es el caso también de esa segunda Odisea del hombre, esta vez verdaderamente histórica, como es la primera vuelta al mundo protagonizada por el nauta sin par Fernando de Magallanes. En efecto, la circunnavegación magallánica probaba definitivamente la esfericidad de la Tierra y, con ello, proporcionaba una razón más para la autoafirmación (Selbstbehauptung) del hombre en la época de la imagen moderna del mundo. En palabras de Stefan Zweig:
“Porque con la medida del circuito de nuestro planeta, perseguida en vano desde hace mil años, la Humanidad adquiere una nueva idea de su capacidad, puesto que, con la magnitud del espacio ganado, se le revela, acrecentando su gozo y su valor, la propia grandeza”.
La historia del descubrimiento del mundo es fundamental, pues, para comprender el sentimiento de euforia prometeica que embarga al hombre moderno así como el nuevo universo metafórico que le sirve de expresión (mundus novis, alli mundi, mare incognitum, terra incognita, plus ultra…). La interpretabilidad metafórica de un acontecimiento teórico como el copernicanismo, crucial para entender la metafórica de la Modernidad, vino precedido por la metaforización de un acontecimiento histórico como es el de la era de los descubrimientos, no menos crucial para entender la historia espiritual del mundo moderno. La época colombina clausuraba así el espacio cerrado medieval poniendo rumbo al mar abierto de lo desconocido. Tal y como sostenía Sir Halford J. Mackinder, el padre de la geopolítica, en su célebre comunicación The Geographical Pivot of History (1904), ese período de exploración y expansión geográficas duraría nada menos que cuatro siglos. Por más que Blumenberg no se refiera a ello explícitamente, no debemos tener ningún reparo en reconocer que lo que se ha llamado “La «nueva faz de la Tierra», como la expresión más completa de la actividad del hombre que sobrepasa el acontecer natural, se ha convertido ya aquí en metáfora de un proceso histórico-espiritual”. Pero la pregnancia metafórica del viaje de descubrimiento reside, sin embargo, en que esa expansión supone mucho más que una mera dilatación de las fronteras de la Humanidad. En palabras de Remo Bodei, que describe la metáfora del viaje moderno contrastándola con la relativa seguridad del viejo mundo unilateralmente interpretado por la Biblia:
"Ce qui carácterise en revanche l’homme moderne, c’est à nouveau le désir d’accomplir des voyages de découverte dans la terra incognita. Voyages de découverte, qui ne sont pas seulement les voyages géographiques dont ont convient aussi qu’ils inaugurent l’époque moderne -1492, la découverte d’une terra incognita par les Européens-, mais des voyages dans toutes les sens".
En todos los sentidos. Pues la metafórica del viaje de la Modernidad va más allá de un mero enriquecimiento de la conciencia de la verdadera hechura del mundo, de su auténtica forma y extensión. En efecto, lo que el viaje descubre no es sólo la terra incognita, sino al propio hombre, su mundo interior desconocido. Como prueba documental de lo que venimos diciendo me permito citar, para concluir, el siguiente texto de Hernâni Cidade:
“A Europa quinhentista era un mundo geográfico e espiritual simultaneamente enriquecido, ampliado e aprofundado para perspectivas e funduras jamais previstas. A dupla descoberta do planeta e do Homen, a que se refere Michelet, nâo era apenas a que revelara dois novos continentes, com a sua rica bordadura de ilhas e multiplicidade de raças, seguida pela que, através dos novos mundos, a cada passo topava desmentidos às alusôes que sobre mil aspectos da natureza a fantasia concebera e logo os livros haviam establecido como verdades; era ainda a que no interior do homem –opificium Dei, que houvera até entâo escrúpulo de abrir a curisiosidade da inteligência- se patenteava às audácias do escalpelo de Vesálio e se estendia ao misterioso mundo interior. Era natural que, por sob a superfície da consciencia, onde a psicologia ensinada pela Escola entretinha o jogo meio artificial das facultades, poetas geniais como Shakespeare, romancistas como Cervantes ou ensaístas como Montaigne descobrissem mundos penumbrosos de complexidade e contradiçâo. Camôes, que n’Os Lusíadas com tâo nítido olhar atenta na realidade física, com igual clarividencia e agudeza de penetraçâo observa a realidade moral que erros [seus] má fortuna, amor ardente dolorosamente ilhe complicavam e ele sempre desejou conhecer con dobrado entendimento”.