La vida en la tierra se empobrece cuando ya no es percibido el vínculo que une a los hombres con los dioses. Acaso no sea otro el mensaje que Hölderlin nos ha legado. Roto el lazo que un día unió al pueblo con lo más sagrado y digno de ser cantado, nuestro linaje vaga en una noche del mundo interminable. El desencanto se cierne sobre una civilización que entroniza el Trabajo como el único vector que hoy puede guiarnos a través de la marcha acelerada de la Historia (1). Pero la verdad es que la misma Historia se revela sin sentido cuando todo se convierte en fábula. Un nuevo titanismo irrumpe en el horizonte tras el ocaso de los dioses y las dimensiones habituales de lo humano sufren, en consecuencia, una metamorfosis radical. La Naturaleza desaparece bajo nuestros pies y, como en el célebre cuento de Michael Ende, la Nada nos amenaza, nos amenaza con disolver, no ya nuestros sueños, sino la capacidad misma que tenemos para soñar. En vistas de ello, no roto el anhelo, apuramos las copas del placer carnal y de los bienes de consumo sumidos en la absoluta sobreinsistencia de un mundo unilateralmente interpretado por una ciencia sin conciencia. Es la hora en la que los dioses huyen despavoridos. La indigencia espiritual que amenaza a una Humanidad que no tenga ya como referente esencial a lo divino en su experiencia del mundo fue sentida dolorosamente en la poesía de Hölderlin. Un fragmento de El Archipiélago resulta revelador sobre lo que decimos:
Mas, ¡ay!, nuestro linaje vaga en la noche, vive como en
el Orco,
sin lo divino (2)...
Desde el descreimiento generalizado de nuestro tiempo se hace necesario dar un nuevo sentido a lo que todavía puede ser experimentado como divino. La poesía de Hölderlin es irrelevante en este caso para saber lo que él sintió particularmente como divino en virtud de una pretendida nostalgia por el mundo griego. Más bien, sólo desde la esencia de la poesía, que tiene en Hölderlin a uno de sus máximos heraldos, es como se hace posible un acceso al significado sagrado de la vida, en el que lo griego acaso ocupe un lugar de privilegio, pero no único, ni mucho menos definitivo. Como centinela de lo que ha de ser preservado en la palabra, al poeta le ha sido encomendada la misión de hacernos recordar el misterio que nos circunda y aquel deber de mantener viva la llama de nuestros corazones. Cada acontecer es un milagro que reclama nuestra atención, un don por siempre admirable. La donación del ser mismo es lo divino. Celebrar a través del canto el regalo del ser es una de las supremas misiones del hombre sobre la tierra. La interioridad que nos ha sido deparada manifiesta la responsabilidad de albergar en nosotros el espíritu de la naturaleza. Como memoria del ser y de la vida en su desbordante plenitud somos el espejo en el que la opacidad del mundo se abre a la interioridad del sentido:
Otorgado en su interior es a los hombres el sentido (3)...
La pureza virginal en la que se preservó siempre en Grecia el sentido de la admiración ante las cosas es lo que hizo quizá a Hölderlin mirar a aquel mundo con rendida nostalgia. Pero Grecia no es una primavera perdida para siempre. Como dice el poeta en unos versos de El Archipélago:
... una primavera, siempre viviente,
apunta sobre la cabeza de los mortales, sin que nadie la cante (4)...
Pues con Grecia es posible que no se refiera tanto el poeta a una comunidad histórica idolatrada estéticamente, ya irrecuperable, como a una experiencia originaria y devota del ser. Los hermosos arcanos de las cosas están presentes aunque no haya quien los cante. Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía, dijo uno que debía saber de esto. Todo nos habla desde la majestad de su inalterable presencia. Nosotros, dotados de abismática receptividad (5), pero con el espíritu embotado por todo tipo de mediaciones perturbadoras, no oímos ya, pues
... cada cual sólo se oye a sí mismo en el agitado taller (6)...
la música de las fuerzas elementales que antaño produjeran temor y admiración. Porque el hombre chocará de nuevo, a pesar de su desmesura técnica, con un límite que le lleva más allá de la confiada seguridad en sí mismo, es por lo que, más tarde o más temprano, ha de experimentar el pavor ante lo tremendo e incomprensible del advenimiento. Nacimiento y muerte, esperanza y resignación, envejecimiento y enfermedad, placer y dolor, gloria y vejación, triunfo y fracaso, son los límites ineluctables que habiéndosenos marcado habrán de abocarnos al estremecimiento ante lo que nos sobrepasa en tanto pura donación. Guardar en la memoria de la palabra, que preserva en el tiempo lo digno de ser conservado como nuestra más íntima condición, es tarea del hombre cuando se hace poeta.
Si la penuria sentida por Hölderlin no supone ya una vivencia fundamental para Occidente, por estar nuestra época, en su cinismo, más allá de todo sentimiento trágico, no por ello deja de ser menos crucial la pregunta por la conveniencia y el cometido de la poesía en la edad de los dioses huidos. Heidegger ha creído que el camino para los poetas pasa por la permanencia en las huellas de los dioses fugitivos para preparar, así, una morada al Dios (7). Esto no será posible hasta que las cosas no vuelvan a tener para nosotros el destello de la divinidad. Pues si bien “los sagrados elementos”, en su autosuficiencia y majestad, son divinos sin necesitar de nuestra anuencia, nos solicitan para ‘sentirse’ como tales a sí mismos:
... y siempre buscan y requieren,
siempre necesitan para su gloria los sagrados elementos,
como los héroes la corona, el corazón del hombre sensible (8).
Un nuevo despertar podrá esperarnos en esta noche del mundo. Ese despertar se produce cuando el afán mísero por la dominación técnica de la tierra se resuelve infructuoso e impotente en presencia de las fuerzas puras que nos acechan. El poder de lo que no podemos medir estrella al titán contra su propia soberbia y le vuelve a marcar, como Apolo délfico, su justa medida. El hombre está de nuevo entre la tierra y el cielo a la par que se dispone a la espera de los dioses (9). El dios como “espíritu de la naturaleza” se siente entonces otra vez en paz con nosotros. En el máximo peligro, creciendo lo que nos salva, el sueño fáustico de dominio es vano ante lo que jamás se nos someterá, pues es lo que en sí se escapa a toda manipulación: el ser mismo indisponible. Pero si los hombres persisten en su miseria y desvarío podremos recordar, con Hölderlin, el silencio en lo profundo del mar, el secreto mudo del ser como silencio de lo insondable.
NOTAS
1 Para el concepto de aceleración de la Historia cfr. el trabajo pionero de Daniel Halévy, Essai sur l`accéleration de l`Histoire, 1948. Para una mitología del trabajo en pleno siglo XX véase, no obstante lo sospechoso de su intención, de Ernst Jünger, Der Arbeiter, 1932.
2 Para los textos de Der Archpielagus sigo la traducción de Luis Díez del Corral (1942), reed. en Friedrich Hölderlin, El Archipiélago, ed. bilingüe, estudio y trad. de Luis Díez del Corral, Alianza, Madrid, 19852. Para que el lector pueda cotejarla con el original se transcriben en alemán los versos citados:
Aber weh! es wandelt in Nacht, es wohnet, wie
im Orkus,
Ohne Göttliches unser Geschlecht...
3 Del poema Höhere Menschheit (Humanidad más elevada), posiblemente de 20 de enero de 1841. Cfr. F. Hölderlin, Poemas de la locura, precedidos de algunos testimonios de sus contemporáneos sobre los “años oscuros” del poeta. Traducción de Txaro Santoro y José María Álvarez. Ed. bilingüe. Poesía Hiperión, Madrid, 1994⁷ pp. 56-57:
Den Menschen ist der Sinn ins Innere gegeben...
4 En alemán:
... ein immerlebender Frühling
Unbesungen über dem Haupt den Schlafenden dämmert?
5 Mi admirado Jacques Chevalier nos envía a los “admirables textos” de Duns Scoto sobre la capacidad receptiva de nuestro espíritu (la receptividad de la “sustancia pasiva”), capacidad en la que reside propiamente su poder y no en lo que éste hace (poder de espontaneidad o productividad de la “causa activa”), al contrario de lo que pensó Kant.
6 En original:
... und sich in der tosenden Werkstatt
Höret jeglicher nur...
7 Véase “Wozu Dichter?” (1946), en Holzwege, 1950.
8 Cfr. F. Hölderlin, El Archipiélago, cit, p. 67. En alemán (p. 66):
... und immer suchen und missen,
Immer bedürfen ja, wie Heroen den Kranz, die geweihten
Elemente zum Ruhme das Herz der fühlenden Menschen...
9 Frente a la esperanza escatológica que dejaba traslucir la conclusión de este trabajo nos parece hoy del todo pertinente la observación escéptica de Hans Blumenberg: En el marco del moderno concepto de realidad ni siquiera se puede fantasear con la idea de que los dioses puedan aparecer. Quien habla de ello, sea Hölderlin o su exegeta Heidegger, deberán esperar, por tanto, no un acontecimiento oportuno en el contexto de nuestra realidad, sino un cambio radical de la estructura de la misma, lo cual sucede, de hecho, cuando el premundo del mito aparece como el posible postmundo que ya no posee ningún rasgo del presente [...] En relación con el concepto de realidad inmanente, una especulación, esperanza o metafísica de la historia como éstas son, necesariamente, escatológicas (H. Blumenberg, El mito y el concepto de realidad, trad. de Carlota Rubies, Herder, Barcelona, 2004, p. 69; cfr. antes pp. 32-33 sobre las implicaciones de una “escatología estética” como la hölderliniana).